"…él, por santa obediencia, debía contener los deseos de servir, y a las dos de la tarde volvían al refugio de la iglesia a rezar la hora nona, y aún restaban dos horas de labor, que no dedicaba a las vacas, sino a arreglar márgenes y a quemar hierbas, en tanto el hermano Paulus ordeñaba, y debía lavarse una vez más, al contrario que los hermanos de la biblioteca, que, como mucho, se humedecían los polvorientos dedos al terminar de trabajar y tal vez envidiaban a los hermanos que hacían ejercicio físico, en lugar de encerrarse a gastar la vista y la memoria."
JAUME CABRÉ, Yo confieso. Ed Destino, p. 396. Aportado por U-topía
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